Dr. Janez Drnov¹ek: Adónde va Europa (In Spanish)
ABC 16.07.2000
Hace poco tiempo, Joschka Fischer se refirió a la federación europea. Si bien lo hizo a título personal, no es posible olvidar que ocupa el cargo de ministro de asuntos exteriores de Alemania, el país miembro más grande de la Unión Europea. Las reacciones que su discurso produjo en Europa, son muy diferentes entre sí, y van desde el entusiasmo hasta el rechazo total pasando por una reserva acentuada. La visión por él trazada nos muestra una estructura federal europea, la que, a nosotros, los eslovenos, nos recuerda la ex-federación yugoslava. Y, aunque somos europeos convencidos, el parecido nos sobresalta. La federación yugoslava decayó justamente por tratar de coordinar diferencias insalvables, solamente un sistema totalitario pudo intentarlo. Los eslovenos logramos salvarnos a tiempo del conflicto sangriento que produjo la caída de la federación yugoslava, pero, ahora, a apenas diez años, ¿estamos preparados para emprender una nueva aventura, aunque esta vez sea europea?
En mi opinión, la Unión Europea es una asociación de estados nacionales europeos con dos metas principales:
a) la primera es económica, es decir una respuesta europea a la globalización,
b) la segunda es política y concierne la seguridad común luego de un siglo de guerras europeas.
La experiencia histórica, trágica y sangrienta, que culminó en las dos guerras mundiales del siglo 20, es lo que Europa está tratando de superar con el establecimiento de lazos institucionales firmes que hagan imposible un nuevo conflicto armado en el continente. Un siglo de guerras y enfrentamientos daría así lugar a la cooperación mutua y a la convivencia pacífica.
Se trata de un sueño muy antiguo, de la meta de todos los pensadores y visionarios europeos, inalcanzada hasta ahora. Podemos preguntarnos si Europa está madura ya para lograr una integración política duradera bajo la forma de una federación. El Parlamento Europeo, con un verdadero gobierno y con un presidente elegido directamente, tomarían las decisiones sobre todos los asuntos que hoy en día son de competencia de los estados miembros. Además del mercado común y de una moneda única, Europa contaría con una política común en materia fiscal y asuntos sociales. Ya se han delineado las líneas fundamentales de las políticas exterior y de seguridad, las cuales entrarían en vigor en caso de establecerse una federación europea.
La Unión Europea se ha ido desarrollando de modo gradual, tanto en profundidad como en amplitud. A veces se tiene la sensación de que lo han hecho a tientas, como si los estadistas europeos quisieran comprobar hasta dónde pueden llegar en sus intentos. Hasta ahora han buscado la frontera de lo aceptable: qué grado de soberanía los países europeos pueden ceder a la Unión sin provocar la reacción de los tradicionalistas y sin intranquilizar la opinión pública. Los políticos no están dispuestos a perder las elecciones nacionales por culpa de la idea de una Europa común. Durante decenios basaron sus esfuerzos en pro de la unión en las dolorosas experiencias de la segunda guerra mundial y en el enfrentamiento con la Unión Soviética. Luego de la caída del muro de Berlín, el segundo motivo perdió su fuerza y fue reemplazado por la competencia económica con los EEUU . Apareció también un nueva prioridad: el ensanchamiento hacia el este, a fin de asociar los países socialistas, los que al final de segunda guerra mundial cayeron bajo la influencia soviética. Tuvo lugar asimismo la reunificación de Alemania y todos los países europeos sintieron la necesidad de solucionar el problema histórico e injusto de la división europea.
Sin embargo, el proceso de ampliación de la Unión Europea se va desarrollando muy lentamente. Por una parte, los países candidatos deben adaptar sus sistemas políticos y económicos al uso comunitario, por la otra, los países miembros deben asegurar la capacidad de asorbción de la Unión Europea y, a la vez, tienen que adaptar su propia estructura. Se suele oír comentarios acerca del hecho de que la Unión Europea actual, con sus países miembros, se halla al borde de la efectividad en cuanto a su funcionamiento, pasar de 15 a 27 países miembros despierta muchas dudas, sobre todo si no se procede a cambiar los mecanismos de decisión. Fischer considera que la profundización política de la Unión Europea es la única manera de asegurar su funcionamiento, aún incluyendo a nuevos miembros del este y el oriente europeos.
Sin embargo, los cambios que están siendo discutidos no llegan al concepto de federalización. Se trata en realidad de los así llamados "restos de Amsterdam", de cambios mínimos en materia de decisión, los cuales significarían una condición para el ingreso de los nuevos miembros: el número de comisarios, la votación en el Concejo de ministros, el voto unísono o con mayoría cualificada. Resulta interesante que durante la cumbre de Amsterdam de 1997, luego que los jefes de estado no lograron un acuerdo en las materias mencionadas, se hizo valer la interpretación de que la ampliación de la Unión Europea sería posible sin convocar una nueva conferencia de estados y que sería posible llegar rápidamente a un acuerdo por el cual los países que cuentan con dos comisarios cederían uno a los nuevos miembros. Sin embargo, poco después de Amsterdam, los países miembros comenzaron a cambiar estas tomas de posición y resultó claro que este sistema "minimalista" no era aceptable. Los países miembros no piensan renunciar a su posición de modo tan fácil y es comprensible que la primera ronda de la amplaición trae consigo un gran malestar.
Se está llevando a cabo una discusión seria sobre cómo transformar el sistema de decisión para alcanzar una mayor efectividad. Los países grandes desean disminuir la influencia de los más pequeños, y viceversa, los países menores hacen grandes esfuerzos para no quedar al margen. Ante esto, muchos se preocupan de la posibilidad de asociación de 12 nuevos miembros. Se plantea la posibilidad de que las tomas de decisión resulten difíciles y sin valor. Al mismo tiempo se aprecia el miedo de muchos países ante la posibilidad de que los dejen al margen al tratar de asuntos importantes, justamente aquellos que tienen influencia sobre sus ciudadanos. Los países candidatos tienen otro motivo de preocupación. A pesar de algunos encuentros, se hallan realmente excluídos de la discusión acerca de la estructura futura de la Unión Europea, si bien esto les afectará al ingresar a la misma. Por otra parte, se preguntan si estas indecisiones en cuanto al cambio de la estructura de la Unión Europea no retrasarán el ritmo de ingreso de nuevos países. A pesar de las declaraciones afirmativas en cuanto al ingreso de los países candidatos, los miembros actuales de la Unión Europea tienen en sus manos muchos instrumentos con los cuales pueden retrasar el mecanismo de ampliación, culpando al mismo tiempo a los candidatos por una adaptación dificultosa o lenta.
Estos sentimientos de inseguridad se han afirmado aún más luego de la cumbre de Helsinki de 1999. Por una parte se trató de una decisión importante por parte de la Unión Europea: se aumentó de seis a doce el número de países candidatos, con lo cual se abrió una perspectiva aún a aquellos que se encuentran alejados de las posibilidades de ingresar efectivamente. Por otra parte, no se puede evitar el pensar que, de esta manera decrece el ritmo de amplaición, es decir el momento del ingreso efectivo del primer grupo se diluye. En los primeros meses del año 2000 los miedos de los países candidatos se vieron confirmados por el hecho de que la Comisión Europea ha disminuído el ritmo de las negociaciones con el primer grupo. Los cambios institucionales necesarios para facilitar el ingreso de nuevos miembros recibieron de esta manera una nueva dimensión.Es necesario efectuar transformaciones profundas, si bien resulta claro que muchos países necesitan un decenio o más para lograr el grado exigido para el ingreso. Algunos países del primer grupo, sin embargo, estarán preparados en corto tiempo, pero serán afectados por la falta de preparación por parte de la Unión Europea. Se está buscando una solución. El problema es que los países miembros tienen opiniones diferentes en cuanto a la integración europea. Algunos deben enfrentarse a un fuerte ecepticismo. La insistencia en cuanto a la profundización de la Unión Europea provoca problemas a muchos. Gran Bretaña o Dinamarca, por ejemplo, que aún no han aceptado la moneda común, donde los gobiernos tratan de preparar con gran precaución sus opiniones públicas para los referendum necesarios. Las palabras de Fischer sobre una federación europea los ha puesto nerviosos. Para los británicos, la moneda y la política fiscal comunes están a años luz de ser aceptados. No es fácil que los quince países miembros tomen una decisión conjunta, y, en el umbral esperan nuevos miembros. Se está formando una corriente de opinión sobre una Europa de dos velocidades. Los países que puedan hacerlo, seguirán su desarrollo velozmente, los demás les seguirán cuando puedan hacerlo. Los más débiles no deberían retrasar a los más veloces. Se trata en realidad de una práctica ya consagrada en el convenio de Schengen y de la moneda común - el euro - , de exepciones pasarían a transformarse en regla.
La flexibilidad resulta comprensible en la situación europea actual, ya que asegura tanto la profundización como la ampliación de la unión, Pero encierra un peligro. Puede consagrar algunas diferencias, haciéndolas más firmes y afectando de esta manera el funcionamiento del conjunto. Pueden transformarse en motivos de preocupación al profundizarse la integración. Otro peligro, sobre todo para los países candidatos, es la división en categorías, en grupos de primer o de segundo rango. Como si los miembros actuales, ante el ingreso de nuevos países y los problemas que surgen con ello, se refugiaran en una categoría superior.
Europa se enfrenta a difíciles desafíos. Junto a los esfuerzos para asegurar el funcionamiento de la moneda única, convino en Helsinki en aceptar la tarea de definir una política exterior y de seguridad conjuntas. Así como la moneda común y el mercado interior único, significaban una respuesta a la competición en materia económica a nivel mundial, una política exterior y de seguridad conjuntas representan las experiencias europeas en búsqueda de una solución a la crisis yugoslava y a la guerra. La decisión tuvo que ser madurada para que los miembros pudieran aceptarla normalmente, sin mayores problemas políticos. Durante el decenio de duración de los conflictos yugoslavos resultó claro que la Unión Europea no era capaz de solucionar situaciones críticas en su propia vecindad, ni en lo diplomático ni en lo militar, sin la ayuda de los EEUU. Helsinki significa el comienzo, la Unión Europea no es capaz aún de hablar al unísono en materia de política exterior, pero las bases están echadas. En el campo militar, Europa no podrá independizarse de los EEUU a corto plazo, ni siquiera lo desea, a pesar de que va adoptando un papel cada vez más independiente en las misiones de paz en Kosovo.
Europa está emprendiendo nuevos caminos en el proceso de profundización y ampliación de la unión, apenas si está acumulando nuevas experiencias. A veces se atreve a afrontar decisiones valientes, otras se muestra vacilante e insegura. Como ha declarado hace muy poco tiempo Romano Prodi, por primera vez Europa está integrándose de modo pacífico, democrático. La historia europea hasta el momento ha conocido solamente intentos de unión militar, a la fuerza. Es por ello que todo esto representa para nosotros una gran responsabilidad. Tenemos que llevar a cabo la tarea. Si cometemos errores, podríamos comprometer lo logrado hasta ahora. Asimismo el ritmo del proceso debe ser el adecuado, las urgencias son contraproductivas. Las decisiones deben madurar, deben ser más bien el resultado de experiencias concretas, antes que de planes a priori o de visiones utópicas. La visión de una federación europea puede en estos momentos apoyar el proceso, pero no debemos darle un peso desmedido, si no, podríamos provocar justamente lo contrario. Una dosis excesiva de medicinas puede matar en lugar de curar. Más de un político europeo pensará bien antes de ofrecer a sus conciudadanos una federación europea, imposible de ser aceptada en virtud de necesidades y convicciones reales. Un ritmo rápido podría abrir la puerta a los populistas y nacionalistas, los que se enfrentarían a un super estado europeo. La dirección es la correcta, pero los pasos deben ser medidos.
Está por comenzar el período semestral de la presidencia francesa. Francia es uno de los países más importantes del continente y, seguramente, tratará de establecer un consenso en cuanto a la transformación del sistema de la unión. Algunos esperan que, al mismo tiempo, se adopten plazos adecuados para la integración de los primeros nuevos miembros. No creo que esto ocurra. El proceso de ampliación, o mejor dicho, el ritmo, puede ser la víctima de los miedos actuales y de las inseguridades europeas. A fines del año en Niza, podría adoptarse algunos plazos para el ingreso de nuevos miembros: el año 2002, cuando terminen las negociaciones con el primer grupo. A esto le sucedería la ratificación de los acuerdos por parte de los países miembros. Este plazo se origina implícitamente del informe de la Comisión europea de 1999, a pesar de que lo sucedido desde entonces no justifica un optimismo exagerado. Si el sentimiento general no fuera positivo con respecto a una ampliación rápida, la Unión Europea quedaría en las declaraciones de principio sin un marco definido. En el informe anual de la Comisión Europea quizás encontremos algunas expresiones críticas de parte de los miembros más poderosos, quienes apoyan un ritmo más lento de integración. En cuanto a la ampliación vale lo mismo que para la profundización: el ritmo debe ser el apropiado, debe tomar en cuenta las posibilidades de adaptación y la capacidad de absorción de la Unión Europea. Esta dependerá en gran medida de las negociaciones sobre las transformaciones institucionales que tendrán lugar en los meses siguientes. La conciencia de la necesidad de la ampliación es bastante general en Europa. Es verdad que los países miembros de la Unión Europea ya se han asegurado los mercados de los candidatos a través de los acuerdos de asociación y que, en el comercio con estos países del centro y el este europeos alcanzan grandes ganancias. Sin embargo, una reflexión del tipo: contamos ya con los mercados, ¿para qué esforzarse entonces con una integración tan exigente, cada vez menos clara y quizás imposible de dominar? La promesa incumplida de integrar en Europa a los países que, en virtud de una injusticia histórica y hasta de una cierta culpa de la Europa occidental, sobrevivieron a cuatro décadas y media bajo el yugo soviético, no representaría tan sólo un problema de conciencia, sino que provocaría nuevas divisiones, inestabilidad, crisis y, quizás, hasta guerras. Todo lo que Europa está tratando de evitar con una integración democrática. Es verdad que el sentimiento de esta necesidad, por parte de los ciudadanos y de la política, era mucho más intenso cuando cayó el muro de Berlín que ahora. Pero, las promesas fueron dadas entonces, el proceso comenzó su camino, la dinámica del mismo está definida, y, hoy en día, sería muy difícil actuar explícitamente de modo contrario. Es posible, sin embargo, poner nuevas condiciones y retrasar el procesos. Si se intenta hacerlo de manera directa, pueden provocarse reacciones como en el caso de Haider.
Francia tiene ante sí una tarea realmente importante. El desarrollo de la Unión Europea en los años a seguir dependerá en gran medida del éxito logrado en este mandato. Francia y Alemania están tratando nuevamente de establecer el doble eje que en los últimos decenios fuera el centro del proceso de integración europea. Las propuestas de ambos para la transformación del sistema de decisiones en la Unión Europea quizás surjan específicamente de los deseos de los grandes países. Quizás haya algo de táctica. Pero el compromiso aún no está asegurado. Así como sucediera ya en el pasado muchas veces en materia de importantes reformas europeas, en el último minuto puede llegarse a un acuerdo.
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